El otro día me llamó mi amigo Pablo. Pablo es un chaval al que yo quiero un montón porque de pequeño me pegaba con un palo. Así funciona la mente de los chicos, queridas amigas.
El caso es que Pablo y yo no hablamos mucho. De hecho, sólo me llama cuando está con una tía para demostrarle que me conoce. Él me la pasa, yo le digo hola, y luego él le dice: «¿Has visto?». De momento sólo hacemos eso, pero estoy practicando duro y pronto aprenderé a hacerme el muerto, a caminar con las manos y a resolver sumas sencillas dándole con la cabeza a una campana.
Y eso que no salgo en un programa de máxima audiencia. Yo me imagino a Buenafuente despertándose a media noche y encontrándose en su habitación a su «Pablo» particular con una tía y gritando: «¡¿Qué?! ¡¿Lo conozco o no lo conozco?!».
Ya sé lo que estáis pensando. Ya sé que es un poco exagerado por parte de mi amigo Pablo considerarme «famoso». Pero tenéis que tener en cuenta que, en nuestro barrio, el chaval más popular era uno que una vez se meó en la boca de un Rottweiler.
Además, hablando con él el otro día, aprendí lo que significa dejar de ser famoso. Yo le conté que me cambiaba de casa y, cuando le dije la zona a la que me mudaba, el tío me soltó: «¡Hombre! Pues por esa zona vive otro famoso. Un tío que cantaba, que se operó la cara y lleva pendiente. ¿Cómo se llama…? ¡Manolillo!».
Sí. Los más avispados ya os habréis dado cuenta… Mi amigo Pablo se refería a Ramoncín. Ramoncín… Manolillo. Recordarme que el próximo día le pregunte a Pablo cómo se llama el hijo de la Pantoja. Pero es que la tele tiene eso… Con la misma facilidad con la que te encumbran, te derriban. Un día galopas veloz a lomos del corcel de la fama y al siguiente vas al trote cochinero sobre el borrico del olvido. Perdonadme si hablo un poco raro. Es que el otro día me regalaron un libro y a mí va y no se me ocurre otra cosa que leérmelo. Por eso hablo así… Pero me ha dicho el médico que esto con reposo y un par de «Ankawas» se me pasa.
La cuestión es: ¿merece la pena ser RAMONCÍN, el rey del pollo frito, para luego acabar siendo MANOLILLO, aquel que se operó la tocha?
No sé. A lo mejor algún día llegamos a convertir este programa en algo grande, y a mi me sacan un apodo rollo Danielín, el príncipe de la taza de agua… Pero esto acabará algún día y yo me ganaré la vida comentando en las tertulias que con lo que gastamos en armamento podríamos alimentar a miles de familias africanas.
Cuando llegue ese día, me bastará que recordéis que, con éste que os habla, Danielín o Manolillo, os echasteis unas buenas risas en unas cuantas Noches Sin Tregua.