He venido aquí, a este café de la estación. Es la una, a las cuatro tomo el primer tren. Miro a través de las vidrieras a los viajeros que salen con los paquetes colgados en la mano o bajo el brazo… los sigo con la mirada hasta que se pierden de vista… imaginándome… ¡Ah! ¡cuantas cosas me imagino! No puede usted hacerse una idea. No dar un momento de descanso a la imaginación, adherirse con ella a la vida de los demás… pero no de la gente que conozco. No, no. ¡Con esa no podría! ¡Siento un fastidio, ¡si usted supiera! Verdadera náusea. ¡A la vida de los extraños, en torno de la cual mi imaginación puede trabajar libremente, pero no a capricho, sino más bien teniendo en cuenta las mejores apariencias descubiertas, en éste o en aquel! ¡Y si supiera usted cómo trabajo, y hasta dónde consigo penetrar! Veo la casa de éste o del otro, vivo en ella, me siento allí como en la mía, hasta percibir ese aliento particular que tiene cada casa, la de usted, la mía, pero… en la nuestra…, nosotros ya no lo notamos, porque es el mismo aliento de nuestra vida. ¿Me explico? ¡Ah! veo que usted asiente… Necesito aferrarme con la imaginación a la vida de los demás, pero así, sin placer, sin interesarme siquiera… Más bien… para sentir su fastidio, para juzgar la vida tonta y vana, de modo que a nadie pueda importarle acabar. Y esto es fácil de demostrar, ¿sabe?, con pruebas y ejemplos continuos, implacablemente en nosotros mismos. Porque el deseo de vivir no sabemos de qué esta hecho… pero… está ahí, ahí. Lo sentimos todos aquí, en la garganta, como una angustia que no se satisface nunca, no puede satisfacerse nunca porque la vida, en el mismo acto de vivir, es siempre tan voraz de sí misma, que no se deja saborear. El sabor está en el pasado que nos queda vivo dentro. El deseo de vivir nos viene de eso, de los recuerdos que nos tienen atados. Pero, ¿atados a qué?, a esta tontería… a este disgusto… a tantas ilusiones estúpidas… ocupaciones insulsas… sí, sí. Esto que ahora, aquí, es una tontería, esto que ahora, aquí, es un aburrimiento, y hasta podemos decir, esto que ahora nos parece una desventura… sí señor… a la distancia de cuatro, cinco, diez años, ¡quién sabe qué sabor tendrá… qué gusto tendrán las lágrimas de ahora! Y la vida. Al solo pensamiento de perderla… especialmente cuando se sabe que es cuestión de días… ¡Mire!… ¿Ve usted allí? Allí en aquella esquina… ¿ve usted aquella sombra de mujer? ¡Mire! ¡Ya se escondió!

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Autor: L. Pirandello Obra: El hombre de la flor en la boca Resumen: Habla sobre la existencia…

 

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